jueves, 4 de junio de 2015

Natalia Campos y Catalina Segovia


Sofía Almazán


I
Este relato sucedió en un pueblo muy lejano, hace muchos años. En este pueblo vivía una familia compuesta por: Canek, el padre. Amankaya, la madre. Atziri, la hija mayor y Nicte, el hermano menor. Un día, Atziri contemplando las flores de un hermoso jardín, sintió que algo le había ocurrido a su hermano. No podía explicarlo. Nicte había viajado hace un mes junto su padre Canek hacia Centroamérica, en un largo y extenuante viaje. Canek era un arquitecto que trabajaba construyendo pirámides para el emperador Amaité. Este último, gobernador de todos, le había encargado construir la más alta pirámide del lugar, su nombre sería: ‘’Ek-Balam’’.

Atziri, asustada, buscó apresuradamente a su madre Amankaya, que se encontraba recolectando frutos para su hogar. Atziri decide contarle aquello que había presentido. Sorprendida, descubrió que su madre también había sufrido la misma sensación. Sin embargo, ésta sabía que Canek se encontraba bien. Decía que se contactaría con él de alguna forma. Ellas deciden entonces regresar a casa. Una vez que llegaron a su hogar, los estaba esperando Nahil, mensajero del emperador. Traía una carta para Amankaya enviada por su esposo Canek.

Amankaya, al leer la carta, descubre un horrible suceso. Nicte había sufrido un accidente.

Mientras construía encima de una pirámide, el joven muchacho se cayó y fue atendido por el curandero, un médico que se encontraba en la expedición. A pesar de sus heridas, se encontraba en recuperación.

Amankaya le contó a Atziri lo ocurrido. Ésta, preocupada, pidió por su recuperación.

II

Atziri, curiosa, le preguntó a su madre:

.- ¿Cómo supiste que a mi hermano le había pasado algo? 

Su madre, tranquilamente le respondió: 

.-Te contaré una historia.

III

.- Hace mucho tiempo cuando los Dioses creadores Tepeu y Gucumatz formaron la Tierra, decidieron crear a todos sus hombres, árboles y animales. Para prevenir el caos, estos Dioses decidieron nombrar a uno de ellos como ‘’el Dios organizador’’. Ese Dios se llamaba: Yaxkin.

.- Yo, Yaxkin ¡decreto que cada una de las especies reciba el don de la corazonada con el fin de protegerse entre sus más cercanos!

Esto es lo que llamamos como ‘’percepción’’. Es así como las aves, migran juntas en cada cambio de estación hacia el otro lado del mundo para evitar el frío.

Los otros animales, con horas e incluso días de anticipación, pueden percibir cuando se encuentran en peligro o cuando va a ocurrir algún evento natural. Un ejemplo de esto son los terremotos. 

Y en el caso de los seres humanos, podemos percibir lo que les ocurre a nuestros seres queridos. Sin importar las distancias en las que nos encontremos.

Atziri comprendió de esta manera, que existía un vínculo invisible que permite de alguna manera mantenerse comunicada con su familia, percibiendo lo que a ellos les ocurra.

Leyenda Popol Vuh

Por Constanza Arriagada y Rocío González

El retorno de Zipacná, tomo 2

Por Camila Acosta y Joaquín Gómez

El cohete

I
Esta es la historia de cómo se creó el primer cohete. No era como los de ahora, pero tiene un origen sorprendente. Había un  hombre, Aquetzali, que fue marcado de nacimiento por los dioses para que alguna vez fuera a visitarlos. Ellos le dieron a Aquetzali el poder de la perseverancia y esperaban que algún día a través de esta él viajara al cielo y se convirtiera en dios. Para asegurar la vida del elegido mandaron a Halconapu, dios del cielo, disfrazado de pájaro para protegerlo. Al principio Halconapu era tan solo un pichón, pero mientras Aquetzali crecía él también crecía, haciéndose cada vez más grande hasta transformarse en un halcón que cuidaba de Aquetzali desde el cielo.

II
 Aquetzali fue bajado desde el cielo por los dioses, quedando abandonado en la selva. Halconapu lo cuidó. Le daba de beber y comer, hasta que un día una pareja de indígenas de la tribu Roconi lo encontró y adoptó. Aquetzali pasaba todo el día mirando el cielo. A veces veía a Halconapu que lo cuidaba desde el cielo, esto le parecía extraño pues nunca había visto un pájaro tan grande. Le inspiraba un aire familiar y no sabía porque. Curioso corrió y corrió persiguiendo al enorme pájaro, atravesó montañas y ríos. Nada parecía detener a Aquetzali, él sabía que se había alejado mucho de su tribu pero sentía casi una atracción divina por el halcón.

III
Por fin Halconapu se detuvo, ya era hora de llevarlo al cielo a cumplir con su destino de convertirse en dios. Halconapu indicó a Aquetzali que subiera a su espalda y así lo hizo, el dios del cielo extendió sus majestuosas alas y se elevó hacia el cielo. Subía y subía, el aire se hacía cada vez más pesado y a Aquetzali le costaba respirar, el dios notó esto y tomó un gran impulso, cuando alcanzó suficiente velocidad  cerró sus alas alrededor de Aquetzali protegiéndolo y dándole oxígeno. Se puso de tal forma que parecía un triángulo de plumas que se dirigía al cielo. Halconapu iba tan rápido que no le fue necesario volar, solo subía hacia el cielo. Había adoptado la forma del primer cohete para proteger a Aquetzali y además darse más impulso, De esta forma llegaron donde los dioses quienes le dijeron a Aquetzali que debía lleverles la información a los mortales de construir naves de la forma que había adoptado Halconapu para que así pudieran visitarlos. Así lo hizo Aquetzali, pero no todos los hombres podían ver a los dioses. Solo los que aún conservaban toda la bondad de sus almas tenían esa capacidad. Aquetzali tuvo la opción de convertirse en dios pero él prefería seguir siendo mortal e inculcar la bondad en los hombres. Se despidió de los dioses y especialmente Halconapu a quien veía como a un padre. Aquetzali viajó a la tierra de nuevo y contó a todo su gran viaje y cómo solo si eran buenos iban a lograr ver a los dioses y que los cohetes no eran suficiente sino que debían hacerse merecedores de tal privilegio. Hoy en día tenemos cohetes más modernos y muchos hombres han viajado al cielo pero ninguno ha sido capaz de ver a los dioses.

Por Constanza Arriagada 

Franz Lindermeyer